21 abril 2006

Elogio de la debilidad

No es habitual reflexionar sobre la debilidad. Más bien tratamos de ocultarla, de olvidarla escondiéndola en regiones invisibles de la sociedad, tal vez asustados de nuestra propia finitud, de nuestra vulnerabilidad. Pero, escondida o no, la debilidad existe incluso en una época en la que sólo hablamos de liderazgo, de poder; en la que quienes no gritan para imponer sus puntos de vista no son tenidos en cuenta. La pobreza, la discapacidad, algunas minorías e incluso las víctimas de la violencia de género parece que deslucen en nuestro mundo de diseño, exiliados de una sociedad moderna y tecnológica que —al menos en los anuncios— pertenece a los fuertes, guapos y triunfadores.
Sin embargo, es en el respeto y la consideración a los débiles donde una sociedad alcanza la densidad humana más profunda y relevante. Los instrumentos de construcción de la convivencia, como el Derecho, alcanzan también su sentido más pleno cuando se orientan a conseguir el respeto y la protección que los más débiles necesitan para desarrollar plenamente y con dignidad su condición humana. Podemos congratularnos de algunos avances éticos que, en este sentido, se están dando en nuestro país.
Desde antiguo, han surgido voces que condenan cualquier acción orientada a los menos favorecidos. No hay que olvidar el pensamiento de Nietzsche, esa propuesta de superhombre que no cree en ninguna igualdad, una pura artimaña “de los débiles de espíritu, de los cristianos y de los socialistas” y que completa con afirmaciones como que “los débiles y malogrados deben perecer”. Con pretencioso lenguaje científico, desde el nacimiento del primitivo capitalismo industrial, portavoces de la ideología que lo sustentaba se han opuesto a cualquier intervención de los gobiernos para paliar las consecuencias del mismo. Sirva de ejemplo el antropólogo Spencer advirtiendo de los desastres bioculturales que caerían sobre la humanidad, por estar estas intervenciones “en contra de las leyes de la naturaleza”. Este discurso, falsamente evolucionista y darwiniano, —que hoy es matizado incluso al hablar de la competencia capitalista entre empresas, introduciendo restricciones éticas muy potentes desde la denominada Responsabilidad Social Corporativa— resulta totalmente inaceptable aplicado a las personas, pero ha continuado existiendo por la vía de los hechos cada vez que nos han gobernado partidos conservadores.
Hoy que tanto se habla de la vertebración de España, se distinguen dos tipos de discurso en este sentido: los pronunciamientos huecos de sabor rancio sobre las esencias de la patria, preferidos por el PP, o las políticas que persiguen el incremento de la cohesión entre los españoles mediante la extensión de sus derechos. Afortunadamente, y en consonancia con su ideología, los gobiernos socialistas han optado por este segundo modelo de vertebración nacional. En la época de Felipe González comenzaron a existir en España una educación obligatoria, universal y gratuita, una prestación sanitaria de calidad para todos y un sistema de pensiones adecuado que, también por primera vez, universalizaba este derecho. Con ello se construían los denominados tres pilares del Estado de Bienestar, gracias a los cuales se alcanzaron grados de cohesión social desconocidos en nuestro país y que, obviamente, favorecieron más a las personas más débiles o en situacion de indefensión.
Tras ocho años de gobierno del PP sin ningún avance, iniciamos ahora una nueva etapa en la que, además de profundizar en aquellos empeños, se están dando innovaciones significativas. De hecho, se está construyendo paulatinamente un cuarto pilar para nuestro Estado de Bienestar, un pilar que agrupa una serie de medidas y políticas para atender las situaciones de marginación, de dependencia. Aquellas situaciones en las que debe fomentarse la autonomía personal, coartada por una multiplicidad de circunstancias de las que, potencialmente, ninguno de nosotros puede considerarse exento.
En el ámbito municipal, Gijón cuenta con una red de servicios sociales envidiable: moderna, profesional, de calidad. En el ámbito regional, se han promulgado leyes que tienden, precisamente, a afianzar el cuarto pilar: la que ordena los servicios sociales o la que regula el salario social, por ejemplo. En el ámbito nacional, el gobierno de Zapatero viene trabajando en la extensión de derechos, en la protección de los más débiles (veáse el caso de la ley integral contra la violencia de género) y ahora se ha anotado un tanto, que es una victoria de todos, con la elaboración de una ley de autonomía personal y atención a la dependencia, que hará más fácil la existencia a las personas dependientes, ancianos y discapacitados que necesitan ayuda para realizar las actividades básicas de la vida diaria. Y lo hará como tiene que hacerse: reconociendo un nuevo derecho de ciudadanía en España: el que tienen estas personas a ser atendidas por el Estado y a que se les garanticen una serie de prestaciones, tanto económicas como a través de centros y programas diversos. Estas medidas tratan de restituir al ser humano —independientemente de su productividad, su éxito en la vida o de las limitaciones involuntarias que padezca— al lugar central que le corresponde en la sociedad.
Tal vez, la voz que se echa de menos en este momento es la de la Conferencia Episcopal, tan compulsivamente opinadora en todo lo demás, diciendo, por ejemplo, que ésta es una gran ley, una verdadera política de apoyo a las familias (sobre las que recae, en gran medida, y especialmente sobre las mujeres, el cuidado de las personas dependientes) y una opción por los más débiles en consonancia con los principios éticos más elevados. Es un silencio que hace sospechosas otras intervenciones precedentes.
(Artículo previamente publicado en el diario español "El Comercio")

Acaba de publicarse una novela, centrada en la memoria histórica, que toma partido abiertamente por los débiles, los vencidos. Si te interesa saber más sobre ella, consulta http://canalprogreso.blogspot.com/2009/02/novela-de-la-memoria-historica-la-senda.html

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