20 noviembre 2008

Obama, el nuevo relato


Este artículo fue previamente publicado en el diario español El Comercio (www.elcomerciodigital.com)

Hace unos días hablé con mi amiga Maud para preguntarle cómo estaba viviendo la victoria de Barack Obama. Ella, nacida en Minnesotta y afincada en Nueva York desde hace muchos años, donde trabaja como profesora de literatura, representa bien el sentir del americano medio, aunque con un sesgo cosmopolita algo más difícil de encontrar en su país. “El relato que se está escribiendo hoy es el verdadero relato de América”. Entiendo lo que quiere decir, porque yo también pienso que narrar es una forma de construirnos y de construir la realidad. Cuando me enteré de que uno de los escritores favoritos de Obama era Doctorow, busqué su “Poetas y presidentes”, un ensayo en el que diserta sobre la relación entre arte y política, centrándose en la literatura. “La historia comparte con la ficción un modo de pensar el mundo a fin de otorgarle significado, ya que la literatura descubre el significado, o la vida oculta, en la vida observable”, dice Doctorow. Sin memoria y sin narración, carecemos de identidad. Los Estados Unidos olvidaron quienes eran (una democracia con solera, defensora de los derechos humanos) y su propia narración (el sueño americano, convertido por la política de Bush en el sueño de los especuladores y la pesadilla de los ciudadanos). Saramago ha pedido que la primera medida adoptada por Obama sea cerrar Guantánamo, es decir, se suma a los que exigen a los EEUU que recuperen su identidad democrática (y, de paso, que se acabe con un relato de terror hecho realidad, que ni siquiera Poe podría haber pensado).
Esa pérdida de identidad hace a los EEUU más frágiles, los hace menos fuertes, más incapaces de afrontar los cambios y la complejidad del mundo real. Nuestro genial convecino Luis Sepúlveda recuerda que durante los mil días del gobierno de Allende, trataban de construir para Chile una identidad política y social propia, que les permitiría enfrentarse mejor a la incertidumbre. EEUU no tiene herramientas para ello, no sabe afrontar la incertidumbre. Y la única salida ante cualquier conflicto, antes de haber llegado siquiera a entenderlo, es la fuerza. Obama ha cambiado ese discurso: “La fuerza auténtica procede, no de la potestad de las armas ni de la magnitud de la riqueza, sino del poder duradero de nuestros ideales: la democracia, la libertad, la oportunidad y la esperanza firme”. Una esperanza que ha tenido que ser, por necesidad y realismo, una característica central de su campaña: no era fácil que un negro alcanzase la presidencia. Cuando hace décadas Irving Wallace, en su novela “El Hombre”, narró cómo una persona de color llegaba a presidente de los EEUU, ello no se producía mediante unas elecciones, tan impensable era esto, sino tras la desaparición de todos los que le precedían en la lista de sustitución del presidente. También en esto ha cambiado el relato.
Roth es otro de los escritores favoritos de Obama. La admiración es recíproca, porque el autor manifestó abiertamente su intención de votar al candidato demócrata. Para redondear la relación, recordemos que Roth escribió hace unos años una obra de historia-ficción, una ucronía, en la que un racista (en este caso Lindbergh, el aviador antisemita y filonazi) llegaba a la Casa Blanca, “La conjura contra América”. Afortunadamente, en este caso el relato de la realidad es el contrario: el que soñaron Luther King, o Malcom X.
“Narrar es resistir”, cuenta Sepúlveda que dijo el poeta Guimaraes Rosa. Cito esta frase en mi conversación con Maud, con la esperanza de que me la aclare. “¿Resistir qué?”, me contesta. Se hace un silencio en la línea telefónica. No me está aclarando mucho, por el momento, aunque pronto continúa: “Resistir la tentación de hacerse a un lado y dejar que la historia la escriban otros”, dice. Y me viene a la mente una frase de Paul Valery: “Política es el arte de evitar que la gente común se ocupe de los asuntos que verdaderamente le conciernen”. Es una opinión cínica, pero describe a grandes rasgos el proyecto de Bush. Maud, sin embargo, algo alejada de la propuesta estética de Valery, cita a Doctorow (vaya coincidencia, después de que yo lleve días con este autor dándome vueltas en la cabeza): “Estamos escribiendo tal y como vivimos, en una especie de sumisión pasmosa a las circunstancias políticas de nuestra vida”. ¿Es un mea culpa de los intelectuales americanos?, le pregunto sin obtener respuesta.
Obama también es un escritor. Mendell, uno de sus biógrafos, cuenta que en su época inicial en Chicago vivía como un autor en pleno retiro creativo, encerrado en un apartamento con innumerables volúmenes de filosofía y literatura. Finalmente, sí escribió dos libros, uno de ellos significativamente titulado “La audacia de la esperanza: pensamientos sobre la recuperación del sueño americano”. No creo que a él pueda achacársele una sumisión pasmosa. De hecho, ha sido lo contrario de sumiso. Su campaña y su victoria han sido, desde el punto de vista estético, una rompedora manifestación artística, una performance que trata de transmitirnos un sentido que aún se nos escapa, pero que ha sido vista, valorada y asumida globalmente, como si de unas elecciones mundiales se tratara. “Escribir es escuchar el ruido del mundo, y viajando se escucha mucho mejor”, dijo Le Clézio, el último premio Nobel de literatura. Es una buena noticia, por tanto, que Obama escriba: lo que todos pediríamos a un presidente de los EEUU es, precisamente, que escuche el ruido del mundo. Y, además, ha viajado, no como Sarah Palin, representante de lo peor de su país: fundamentalista religiosa, ultraconservadora y de mente cerrada: hasta una visita a los soldados de Alaska en Irak, dos meses antes de la campaña electoral, ni siquiera tenía pasaporte.
Resisto la tentación de citar a Adorno en mi conversación con Maud, (“el arte extrae su concepto de las cambiantes constelaciones históricas”), porque tal vez me retirase la palabra, pero serviría para cerrar limpiamente el círculo de asociaciones entre literatura y política. Nuestra “constelación histórica” es la del cambio, la de una nueva época, enterrados los dogmas neoliberales de la supremacía del mercado, de la guerra perpetua, de la mentira como herramienta. El nuevo relato está por hacer, pero Obama no parece mal autor para escribir sus primeros párrafos.