20 noviembre 2008

Obama, el nuevo relato


Este artículo fue previamente publicado en el diario español El Comercio (www.elcomerciodigital.com)

Hace unos días hablé con mi amiga Maud para preguntarle cómo estaba viviendo la victoria de Barack Obama. Ella, nacida en Minnesotta y afincada en Nueva York desde hace muchos años, donde trabaja como profesora de literatura, representa bien el sentir del americano medio, aunque con un sesgo cosmopolita algo más difícil de encontrar en su país. “El relato que se está escribiendo hoy es el verdadero relato de América”. Entiendo lo que quiere decir, porque yo también pienso que narrar es una forma de construirnos y de construir la realidad. Cuando me enteré de que uno de los escritores favoritos de Obama era Doctorow, busqué su “Poetas y presidentes”, un ensayo en el que diserta sobre la relación entre arte y política, centrándose en la literatura. “La historia comparte con la ficción un modo de pensar el mundo a fin de otorgarle significado, ya que la literatura descubre el significado, o la vida oculta, en la vida observable”, dice Doctorow. Sin memoria y sin narración, carecemos de identidad. Los Estados Unidos olvidaron quienes eran (una democracia con solera, defensora de los derechos humanos) y su propia narración (el sueño americano, convertido por la política de Bush en el sueño de los especuladores y la pesadilla de los ciudadanos). Saramago ha pedido que la primera medida adoptada por Obama sea cerrar Guantánamo, es decir, se suma a los que exigen a los EEUU que recuperen su identidad democrática (y, de paso, que se acabe con un relato de terror hecho realidad, que ni siquiera Poe podría haber pensado).
Esa pérdida de identidad hace a los EEUU más frágiles, los hace menos fuertes, más incapaces de afrontar los cambios y la complejidad del mundo real. Nuestro genial convecino Luis Sepúlveda recuerda que durante los mil días del gobierno de Allende, trataban de construir para Chile una identidad política y social propia, que les permitiría enfrentarse mejor a la incertidumbre. EEUU no tiene herramientas para ello, no sabe afrontar la incertidumbre. Y la única salida ante cualquier conflicto, antes de haber llegado siquiera a entenderlo, es la fuerza. Obama ha cambiado ese discurso: “La fuerza auténtica procede, no de la potestad de las armas ni de la magnitud de la riqueza, sino del poder duradero de nuestros ideales: la democracia, la libertad, la oportunidad y la esperanza firme”. Una esperanza que ha tenido que ser, por necesidad y realismo, una característica central de su campaña: no era fácil que un negro alcanzase la presidencia. Cuando hace décadas Irving Wallace, en su novela “El Hombre”, narró cómo una persona de color llegaba a presidente de los EEUU, ello no se producía mediante unas elecciones, tan impensable era esto, sino tras la desaparición de todos los que le precedían en la lista de sustitución del presidente. También en esto ha cambiado el relato.
Roth es otro de los escritores favoritos de Obama. La admiración es recíproca, porque el autor manifestó abiertamente su intención de votar al candidato demócrata. Para redondear la relación, recordemos que Roth escribió hace unos años una obra de historia-ficción, una ucronía, en la que un racista (en este caso Lindbergh, el aviador antisemita y filonazi) llegaba a la Casa Blanca, “La conjura contra América”. Afortunadamente, en este caso el relato de la realidad es el contrario: el que soñaron Luther King, o Malcom X.
“Narrar es resistir”, cuenta Sepúlveda que dijo el poeta Guimaraes Rosa. Cito esta frase en mi conversación con Maud, con la esperanza de que me la aclare. “¿Resistir qué?”, me contesta. Se hace un silencio en la línea telefónica. No me está aclarando mucho, por el momento, aunque pronto continúa: “Resistir la tentación de hacerse a un lado y dejar que la historia la escriban otros”, dice. Y me viene a la mente una frase de Paul Valery: “Política es el arte de evitar que la gente común se ocupe de los asuntos que verdaderamente le conciernen”. Es una opinión cínica, pero describe a grandes rasgos el proyecto de Bush. Maud, sin embargo, algo alejada de la propuesta estética de Valery, cita a Doctorow (vaya coincidencia, después de que yo lleve días con este autor dándome vueltas en la cabeza): “Estamos escribiendo tal y como vivimos, en una especie de sumisión pasmosa a las circunstancias políticas de nuestra vida”. ¿Es un mea culpa de los intelectuales americanos?, le pregunto sin obtener respuesta.
Obama también es un escritor. Mendell, uno de sus biógrafos, cuenta que en su época inicial en Chicago vivía como un autor en pleno retiro creativo, encerrado en un apartamento con innumerables volúmenes de filosofía y literatura. Finalmente, sí escribió dos libros, uno de ellos significativamente titulado “La audacia de la esperanza: pensamientos sobre la recuperación del sueño americano”. No creo que a él pueda achacársele una sumisión pasmosa. De hecho, ha sido lo contrario de sumiso. Su campaña y su victoria han sido, desde el punto de vista estético, una rompedora manifestación artística, una performance que trata de transmitirnos un sentido que aún se nos escapa, pero que ha sido vista, valorada y asumida globalmente, como si de unas elecciones mundiales se tratara. “Escribir es escuchar el ruido del mundo, y viajando se escucha mucho mejor”, dijo Le Clézio, el último premio Nobel de literatura. Es una buena noticia, por tanto, que Obama escriba: lo que todos pediríamos a un presidente de los EEUU es, precisamente, que escuche el ruido del mundo. Y, además, ha viajado, no como Sarah Palin, representante de lo peor de su país: fundamentalista religiosa, ultraconservadora y de mente cerrada: hasta una visita a los soldados de Alaska en Irak, dos meses antes de la campaña electoral, ni siquiera tenía pasaporte.
Resisto la tentación de citar a Adorno en mi conversación con Maud, (“el arte extrae su concepto de las cambiantes constelaciones históricas”), porque tal vez me retirase la palabra, pero serviría para cerrar limpiamente el círculo de asociaciones entre literatura y política. Nuestra “constelación histórica” es la del cambio, la de una nueva época, enterrados los dogmas neoliberales de la supremacía del mercado, de la guerra perpetua, de la mentira como herramienta. El nuevo relato está por hacer, pero Obama no parece mal autor para escribir sus primeros párrafos.

01 octubre 2008

El descrédito de lo oscuro

Dos son los rasgos más relevantes de la ideología neoconservadora global, también en su versión española, patrocinada por el PP. Son el dogma de la divinidad del mercado y la pretensión de imponer una determinada visión del mundo al conjunto de la sociedad.
El fundamentalismo de mercado sostiene que el Estado no debe intervenir en la economía, puesto que ésta se regula sola produciendo automáticamente el mayor bien y felicidad posibles. Un planteamiento en el que no creen ni siquiera quienes lo defienden. Basta ver lo que sucede una y otra vez cuando el fantasma de la crisis planea sobre las cuentas de resultados de las grandes corporaciones: los venerables patriarcas de la mercadolatría se agolpan a las puertas del benevolente Estado para solicitar inmediatas ayudas, leyes que alivien su situación o paquetes de medidas urgentes. Es decir: libertad total de acción (a eso se refieren los líderes del PP cuando hablan de “liberalismo”) en época de vacas gordas para privatizar el crecimiento, pero intervención enérgica del Estado en tiempos de vacas flacas para socializar las pérdidas y que éstas recaigan, de modo compartido, sobre el conjunto de la ciudadanía.
La última crisis global, la de las hipotécas subprime, es un claro ejemplo. ¿No eran, según el catecismo neoliberal, positivas esas crisis periódicas, para separar el trigo de la paja? Desaparecerían, así, las empresas mal gestionadas, despejando el campo a las mejores. Pero, después de ver la fotografía de los presidentes de la gran banca estadounidense mendigando ayudas gubernamentales, nadie puede creer ya en su doctrina, como nadie puede creer que la Tierra sea plana después de ver su fotografía desde el espacio.
La reciente cumbre alimentaria de la FAO en Roma es otro buen ejemplo de estas contradicciones: los apóstoles de la liberalización y martillo de proteccionistas, se niegan, directa o indirectamente, a permitir el acceso de productos agrícolas del Tercer Mundo a los países más ricos. Se impiden, de ese modo, las exportaciones que podrían acabar con su endémica pobreza. La adoración del mercado libre como regulador omnisciente sólo se practica cuando beneficia a los más poderosos.
El otro rasgo de los conservadores globales, su afición por imponer una peculiar visión de la vida al conjunto de la sociedad, ha experimentado un alarmante avance en los últimos tiempos. Se incluyen aquí ataques contra la ciencia (y, por ende, contra la racionalidad), contra los derechos de ciudadanía y contra la libertad personal y de conciencia.
Los ataques a la ciencia, importados de los EEUU, tienen su máxima expresión actual en la propagación de tesis acientíficas como el creacionismo o el diseño inteligente, que tratan de contradecir, con argumentos ideológicos y religiosos, la Teoría de la Evolución. El abandono de la racionalidad se manifiesta en que la crítica a una teoría (algo siempre posible) no se hace desde el propio método científico, sino desde el prejuicio religioso. Veremos lo que tardan en llegar a España estos vientos de oscurantismo.
No es, sin embargo, el único asalto a la ciencia: son conocidas las posiciones de diversos grupos contra la investigación con células madre, punta del iceberg de un planteamiento de fondo con mucho más calado: la pretensión de someter la investigación científica al control ideológico de líderes religiosos.
En segundo lugar, encontramos ataques a los derechos de ciudadanía. Porque, no nos engañemos, la furibunda reacción contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía es, en realidad, una objeción contra la ciudadanía en sí misma, contra los derechos que lleva aparejados y contra el Estado que debe defenderlos y garantizarlos. ¿A qué tienen miedo? ¿A que los jóvenes se enteren de que gozan de derechos y tienen obligaciones? ¿A que sepan cómo se organiza un Estado democrático? ¿A que descubran que la realidad en que están inmersos es diversa y plural y sólo puede ser gestionada desde el respeto al otro y la tolerancia?
—¡Que no sepan! ¡Que no se enteren! —parecen gritar, temerosos, los críticos de la asignatura. Su objeción es un reconocimiento tácito de que sostienen un modelo de persona y de sociedad que sólo sobrevivirá manteniendo a todo el mundo en el aislamiento y la ignorancia.
Por último, se da un ataque a la libertad personal y de conciencia que resulta de todo punto intolerable para cualquier mentalidad moderna: desde la presencia de representantes religiosos en los comités de bioética de hospitales públicos, para coartar la autonomía de decisión de médicos y pacientes, hasta la persecución judicial a las mujeres que en su día tomaron la difícil decisión de abortar; desde la exigencia de un modelo único de convivencia familiar y el ataque al diferente, como ocurre con el colectivo homosexual, hasta la negativa a aplicar determinados cuidados paliativos o a considerar factible la eutanasia, ni siquiera en casos extremos. Todos son comportamientos cuyo objetivo es restringir la capacidad individual de decisión y enmarcarla en su propio marco de creencias (con desprecio del sufrimiento que ello pueda ocasionar).
Es curioso comprobar que la democratización del conocimiento y la institucionalización de la ciencia por un lado, el concepto de ciudadanía por otro y la formalización de la libertad de conciencia —es decir, los avances que la derecha global pretende romper ahora— tuvieron hitos de gran relevancia de modo casi simultáneo y en todo el mundo occidental a lo largo del siglo XVIII. Son, respectivamente, la publicación de la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert (1751-1772); la elección de Newton como presidente de la recién fundada Royal Society, primera y más relevante sociedad científica europea (1703-1727); la revolución francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789); y el primer reconocimiento constitucional de la libertad de conciencia, en los EEUU (1789).
Primacía de la Razón, ciudadanía y libertad de conciencia, principios sobre los que se ha edificado nuestro actual modo de vida, afianzados durante los últimos dos siglos, junto con un Estado fuerte, capaz de gobernar también la economía, son los enemigos a batir por los ultraconservadores. Desvelar esta estrategia es, en parte, conjurar sus mecanismos, pero aún será necesario un largo camino hasta su neutralización. Afortunadamente, en nuestra sociedad, madura y evolucionada, el oscurantismo tiene bien ganado su descrédito.

11 marzo 2008

Victoria socialista: una enorme alegría...

Ha sido el triunfo de la palabra honrada y la mirada limpia. El triunfo de un presidente que se dejó la piel defendiendo sus ideales, que no traicionó ni uno sólo de los proyectos que había comprometido, del presidente que "no nos falló". El triunfo de la firmeza sin estridencias frente al insulto sin medida, a la mentira sin complejos, al pasado sin luz. El triunfo de los "sin voz", de los que menos cuentan, de los que, en palabras de Zapatero, no tienen de todo.
Muchos millones de españoles estamos de fiesta, una fiesta democrática que a nadie agrede, que a todos incluye, que convoca a la ilusión, al cambio para bien. Habrá dificultades, pero serán afrontadas con realismo y con equidad.

Entre todos y todas edificaremos esa España, definitivamente liberada de los fantasmas del pasado, donde la libertad, la igualdad y la fraternidad sean algo más que meros lemas. Donde el pensamiento libre no sea pecado, donde todos lleguemos a ser "los mejores hombres y mujeres que sea posible formar", como dijo un ilustre socialista de la República, Fernando de los Ríos.

08 marzo 2008

Tras la muerte de un compañero...


Los socialistas no mueren,
se siembran.
Pablo Iglesias

Qué pocas ganas de escribir y qué pocas ganas de nada. Han asesinado a un compañero de la forma más cobarde y miserable. A Isaías. Y, sin embargo, porque creo que le debemos el esfuerzo, he encontrado un poco de energía para sentarme a escribir. Lo he hecho viendo el coraje, la determinación, la valentía cívica y la dignidad de su hija, pidiéndonos a todos que vayamos a votar. Contra las balas de los cobardes, los votos de los demócratas.
El triunfo de Isaías es, más allá de haber dado la vida por sus ideas, que no es poco triunfo, haber creado una familia, haber educado a su hija (y a sus otros dos hijos, imagino que igualmente) con esa conciencia. ¡Bravo, Isaías!
No puedo decir lo mismo de otros. Me ha dado vergüenza ajena ver algunos comportamientos de estos días entre los dirigentes del PP. Queriendo arrimar el ascua a su sardina, queriendo instrumentalizar hasta la muerte de un militante socialista. ¡Que nos dejen llorar nuestras propias lágrimas en paz! Asco y vergüenza.

07 marzo 2008

Hacia un voto inteligente

Hace años, en una conferencia, un asesor electoral de Clinton dijo que la debilidad estructural de la izquierda española era que, en su seno, había dos partidos, mientras que la derecha estaba unida, con una sola opción que permitía agrupar el voto. Estoy de acuerdo. La Ley d'Hont hace que el mismo número de votos, repartido entre dos listas, obtenga mucha menos representación en conjunto que si se dirige a una sola. Además, en muchas circunscripciones los partidos minoritarios no tienen NINGUNA probabilidad de obtener escaño. TODOS los votos que se depositen en la urna con esas siglas irán directamente a la papelera. Para el senado, la cosa es aún peor: la tercera fuerza política nunca obtiene representación, por la propia mecánica de asignación.
Todo lo que no sea apoyar masivamente el domingo al PSOE es ahondar esa debilidad y, por tanto, dar facilidades al PP. No apelo al voto útil, apelo al voto inteligente, al voto que puede parar a los campeones de la mentira, de la guerra y de la crispación. Y ese voto es sólo uno: el que demos masivamente a José Luis Rodríguez Zapatero.

06 marzo 2008

La verdadera niña de Rajoy

Según afirman los medios de comunicación, el Ayuntamiento de Granada ha subvencionado un curso, organizado por un club del Opus Dei, que enseña a jóvenes universitarias cómo convertirse en mujeres 10. Al parecer, se trata de aprender a coser el bajo de unos pantalones, hacer una buena tortilla de patata, alimentarse "para tener buen tipo" y otras habilidades de esa índole.
Ésta es la España que defienden. Una España en la que las mujeres estarán confinadas en una cárcel hecha de hilo de zurcir calcetines. Planchar perfectas rayas en los pantalones de su marido ¿es éste el futuro que espera a la niña de Rajoy? Tal vez algún día se pregunte si ése puede ser el sentido de su vida, si tanto esfuerzo (incluido el de estudiar una carrera universitaria) sólo conduce hacia la plancha y el zurcido. Su confesor, probablemente, le contestará "claro que sí, hija mía, cualquier otra cosa es egoísmo". Y ella se levantará del confesionario aguantándose las lágrimas de ira y preguntándose por qué rayos dejaron que se aboliese aquella ley de igualdad que se había aprobado cuando ella era muy pequeña.
Al fin ha aparecido la niña de Rajoy. Estaba formándose en un club del Opus. Que crezca pronto, la niña, no sea que Rajoy tenga que limpiarse los zapatos él mismo.

04 marzo 2008

Después del debate...

Nuevamente, las encuestas dan como vencedor del debate a Zapatero. Con más diferencia, incluso, que en el anterior. Eso no quiere decir que estuviese mejor técnicamente, o que se le ocurriesen las réplicas más ingeniosas. Creo que cuando un ciudadano vota ganador piensa en qué discurso le ha sonado más ilusionante, en qué propuesta le ha seducido más. Y la victoria sin paliativos de Zapatero nos muestra que el discurso de la ilusión, de la humildad, del progreso y los derechos sociales ha calado más que el del tremendismo y el fin del mundo que predica Rajoy. Me alegro de ello.



El tono firme, pero respetuoso, del presidente y la credibilidad que suscita también han, sin duda, contribuido a esa victoria, a ese sentimiento que lleva a quien ve el debate a identificarse más intensamente con José Luis, antes que con un Mariano estancado en formas antiguas y bastante reaccionarias.

22 febrero 2008

VOTA CON TODAS TUS FUERZAS

De todos los vídeos que circulan por la red sobre temática electoral, éste me ha parecido uno de los mejores, de los más potentes, porque revela a quienes tenemos los demócratas enfrente. Y por qué el día 9 hemos de ir a votar "con todas nuestras fuerzas"

Manuel "Apagón" Pizarro

La desventurada lista del PP al Congreso por Madrid se cerró con la exclusión de Gallardón y el anuncio de uno de esos fichajes denominados “estrella”: Manuel Pizarro, un duro de la derecha económica más conservadora y tradicional.

Su actividad profesional como presidente de una compañía eléctrica, sin embargo, se ha caracterizado por la mala gestión, al menos para los usuarios y la ciudadanía. Es el responsable de una sucesión de apagones —en Andalucía, en Canarias, en Melilla y, el más sonado, en Barcelona, que dejó sin luz durante semanas a 400.000 personas— y que, según muchos expertos, se debió a un patente déficit de inversiones que hubiesen permitido modernizar la empresa y evitar dichas deficiencias. Parece que Pizarro ha mostrado una clara orientación hacia el beneficio a corto plazo, olvidando la importancia de la planificación estratégica, de la responsabilidad social corporativa y de la buena praxis empresarial, a costa de la calidad del servicio ofrecido al cliente.


—¡Apagaluces! ¡Oscurantista! —gritaba el pobre Santos Barinaga en el capítulo XV de la Regenta, dirigiéndose al Magistral. Otro tanto cabría aplicar a Pizarro, no sólo por su afición a dejar sin luz a los hogares clientes de la empresa que presidía, sino por los destellos ideológicos que ya ha traslucido en sus primeras intervenciones, como la instrumentalización de las víctimas del terrorismo o sus propuestas tributarias dirigidas a aliviar la carga fiscal de las grandes fortunas. Pero, sobre todo, por su afirmación de que compraría a Zapatero “la voz de su señora, que canta en un coro”. ¿Cree todavía este hombre que las esposas son propiedad de sus maridos? ¿Piensa que las mujeres, su voz, su cuerpo o sus cualidades son mercancía que se compra y se vende? Este tipo de expresiones, dichas en campaña electoral, muestran el verdadero rostro de Pizarro, fichaje estrella que se apaga solo, se apaga a sí mismo en cada nueva intervención.

Como el PP no corrige ni desautoriza a su candidato, se puede pensar que plantea una oferta electoral basada en el “apagón”. Pizarro parece corroborarlo: propone un debilitamiento del Estado que, necesariamente conducirá a un apagón de los servicios públicos y de las prestaciones que los ciudadanos recibimos. Apagón que ya existe, de hecho, en las Comunidades Autónomas donde gobierna el PP, por ejemplo conduciendo a que Madrid y Valencia sufran los peores sistemas sanitarios de España, según apuntan todos los estudios independientes.

Viene a sumarse Pizarro al oscurantismo del PP, que pretende imponer prejuicios religiosos, por ejemplo en la persecución a los médicos del hospital Severo Ochoa de Leganés, una cruzada contra los cuidados paliativos a los enfermos terminales, y que una sentencia ha desmontado. O prejuicios ideológicos, como con el recurso contra la Ley de Igualdad que el PP presentó para frenar el acceso de las mujeres a los cargos políticos y que el Tribunal Constitucional ha rechazado tajantemente.

Finalmente, Pizarro se ha apagado solo. Ha bastado un debate electoral televisado, un cara a cara con Solbes para que su estrella deje de brillar. Es muy posible que el PP lo esconda a partir de ahora. Sería una pena. Un “currante” que cobra 11 millones de euros de indemnización por despido tiene mucho que aportarnos a los currantes de verdad.

14 enero 2008

Una reacción radical y antimoderna

Este artículo fue previamente publicado en el diario asturiano "EL COMERCIO"

EL acto político convocado por los obispos en Madrid el pasado 30 de diciembre, supuestamente a favor de la familia tradicional, sirvió para iniciar su particular campaña electoral al lado de la derecha más rancia. En ese camino, la jerarquía eclesiástica abdica de sus obligaciones como pastores de todos los católicos, de derechas y de izquierdas, para entrar en la refriega política atacando los avances sociales y derechos conquistados por los españoles, no ya en los últimos cuatro años, sino en toda la democracia, volviendo a poner en tela de juicio incluso la ley del divorcio y dejando literalmente pasmados a los cristianos progresistas y de mentalidad abierta.

El planteamiento de fondo es que el poder legislativo, legítimamente constituido y democráticamente elegido, no tiene, sin embargo, autonomía para promulgar leyes; se encuentra «bajo vigilancia», de modo que su trabajo sólo es aceptable si cuenta con el refrendo del episcopado, único intérprete de lo éticamente admisible para la sociedad española. Se autoproclama así la Conferencia Episcopal como nuevo órgano del Estado, por encima del Tribunal Constitucional, arrogándose la competencia exclusiva de distinguir el bien y el mal, lo justo y lo injusto, lo conveniente y lo inconveniente. Nada original: el modelo de sociedad que la cúpula del PP y los obispos preconizan podemos encontrarlo, por ejemplo, en Irán, donde un grupo de clérigos decide si las leyes y las actuaciones políticas cumplen la ortodoxia religiosa o no. Sin irnos a Oriente Medio, en España tenemos también una larga tradición de propuestas para someter el poder político al poder religioso: el ultramontanismo de hombres como Donoso Cortés o el nacional-catolicismo de infausta memoria. Los ecos y similitudes de los razonamientos que se oyeron en la concentración de Madrid y los que se hacían en los años 40 son palmarios. Se confunde España con una nación estricta y exclusivamente católica. Cualquier divergencia, cualquier connivencia con planteamientos diferentes es necesariamente producto de la anti-España. Como recoge Santos Juliá en documentos de la época, «las tradiciones de la Iglesia Católica son el criterio radical para discernir lo que es el auténtico ser de España».

En los años 30, el cardenal Gomá denunciaba una subversión del espíritu cristiano por la «labor tenaz de inoculación de doctrinas extranjeras en el alma del pueblo»; esas mismas doctrinas que hoy denuncia el Papa Benedicto en su última encíclica como causantes de que la Historia de la Humanidad «se torciera»: las procedentes de la Revolución Francesa, que cristalizaron en el parlamentarismo, la división de poderes, la separación de Iglesia y Estado, la democracia moderna, la búsqueda de la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad. ¿Culpables? Los de siempre: «el laicismo, el marxismo y todos esos espectros pasados de los erasmistas, los judíos y los enciclopedistas afrancesados que han tendido sus sombras sobre la Historia de España».

La excusa con la que se convocó la reciente concentración fue la defensa de la familia cristiana. Si se trataba de una defensa del derecho a formar una familia tradicional, la manifestación sobraba, porque ese derecho jamás ha estado en cuestión: cualquier pareja puede casarse por la Iglesia, tener el número de hijos que estime conveniente, transmitirles libremente sus creencias, bautizarlos, mandarlos a la catequesis... Los organizadores del acto faltan a la verdad con su queja, pues lo cierto es que nos hallamos ante la legislatura que más apoyos a la familia ha puesto en marcha: desde medidas para promover la natalidad hasta una ley de Atención a la Dependencia que garantiza el bienestar de los más débiles y de sus cuidadores; desde una política activa de vivienda hasta la conciliación de la vida laboral y familiar; una legislatura, en fin, en que se ha tratado de mejorar el futuro de nuestros jóvenes con un notable incremento de las becas y el presente de nuestros mayores con el aumento de las pensiones, especialmente las más bajas.

Pero si, en cambio, se trataba de imponer a todos, les guste o no, ese modelo concreto de familia, entonces estamos ante algo más grave, ante un acto que quiebra las bases de la convivencia, ante una pretensión contraria a la Constitución y antidemocrática que sí conculca los derechos humanos, garantes del respeto a toda creencia, visión filosófica u orientación sexual.

¿Cuáles pueden haber sido las motivaciones que llevaron a los obispos a organizar tan desafortunado evento? Varias, a mi juicio. Una de carácter personal. El cardenal Rouco y sus partidarios han querido manipular el presunto acto litúrgico para un doble fin electoralista: mostrar su poder, de cara a los comicios que tendrá que afrontar dentro de pocos meses si quiere presidir la Conferencia Episcopal, y coadyuvar al triunfo electoral del partido político que goza de sus preferencias, el Partido Popular. En ambos casos, se trata de fines espurios. Poner el ministerio episcopal y la liturgia al servicio de tales intereses temporales no deja de ser lo que la propia moral católica define como simonía.

El otro motivo tiene que ver con un profundo cambio sociológico que viene operándose en la sociedad española: es la pérdida de influencia del episcopado sobre la vida y las conciencias de la ciudadanía, volviéndose irrelevante incluso para quienes se declaran católicos (por ejemplo, ¿cuántas mujeres católicas siguen estrictamente las normas eclesiásticas sobre métodos anticonceptivos?, ¿tal vez el 1% o el 2%?). De la percepción de esta inanidad surge la reacción radical y antimoderna de un sector de la iglesia, añorante de una preeminencia social y una influencia política que pertenecen al pasado.

Pretenden, en lugar de hacer autocrítica, que el Estado trabaje a su servicio, imponiendo mediante las leyes aquellos comportamientos que ellos, mediante su autoridad moral, ya no pueden imponer, y tratando de convertir el 'pecado' -un concepto religioso, moral, de validez exclusiva para sus fieles- en 'delito' -un concepto jurídico y civil, válido para el conjunto de la ciudadanía-. El PSOE debería tomar nota. No se puede sostener una política de mano tendida y apaciguamiento hacia quienes pretenden conseguir retrocesos de este calibre en las libertades. El buen talante y las cesiones han sido interpretados por los sectores más reaccionarios de la Iglesia como debilidad de las instituciones y los han envalentonado. El nudo gordiano de la cuestión son los vigentes acuerdos del 79 con la Santa Sede, herederos del Concordato y a todas luces inconstitucionales. Por dignidad democrática, urge desatar ese nudo.