Ayer, Wolfowitz "imploró" ante el Comité Ejecutivo del Banco que no le quiten su puesto. No tuvo él tanta misericordia con los cientos de miles de iraquíes muertos en la guerra, por ejemplo.
Por si tienes curiosidad por saber de dónde viene este individuo, reproduzco aquí un post antiguo que, a su vez, fue artículo de prensa que publiqué en el diario El Comercio en 2005, cuando fue nombrado para el cargo que ahora haría bien en abandonar:
¿Quién es Wolfowitz?
Además de ser el hombre de moda en la economía global, tras su propuesta por parte de George Bush para ocupar la presidencia del Banco Mundial, Wolfowitz es uno de los integrantes del núcleo duro “neocon”, es decir, de los ultraconservadores que han construido el discurso y diseñado la praxis de la administración estadounidense durante estos años y, sin duda, uno de los “halcones”, partidario del uso preventivo de la violencia militar unilateral.
Hasta el momento, era el número dos del departamento de defensa, a la sombra de Donald Rumsfeld, y a cargo de las operaciones del Pentágono. Salpicado por el escándalo de las torturas en Abu Graif, no vio, sin embargo, perjudicada su carrera política. Al contrario, su influencia aumenta hasta su punto álgido con la designación para el Banco Mundial, contestada en numerosos frentes.
¿Qué hace a Wolfowitz idóneo para el puesto? Que sepamos, nada. “Wolfie” –como le llaman sus allegados- no tiene la más mínima experiencia en banca, en desarrollo económico, en cooperación internacional y es un declarado enemigo del multilateralismo. Bush ha dicho, sin embargo, que posee experiencia en gestionar una gran organización, el Pentágono. Teniendo en cuenta, como apuntaba Jude Wanniski, antiguo editor asociado del Wall Street Journal, que se le pidió que planificara una guerra de 30 mil millones de dólares y lleva gastados más de 200 mil, se puede afirmar que, efectivamente, tiene una experiencia muy exitosa… al menos desde el punto de vista del complejo industrial-militar estadounidense.
Wolfowitz provieve del mundo académico. De hecho forma parte del grupo de ideólogos de ultraderecha más influyente y exclusivo del país. Se trata de los “straussianos”, así denominados por ser seguidores de Leo Strauss, un profesor de Ciencia Política de la Universidad de Chicago.
El 27 de febrero de 1933, tras el incendio del Reichstag por parte de los nazis, Hitler se prepara para la toma absoluta del poder. Para instaurar una dictadura, tenía que tergiversar y subvertir la herencia jurídica de la República de Weimar. Un profesor de filosofía del derecho llamado Carl Schmitt aportó toda la teoría que el Reich necesitó para acometer esta tarea. Curiosamente, Schmitt es también el inventor del término “guerra preventiva”, justificándola en la necesidad de proteger la seguridad nacional de los posibles enemigos.
Un aplicado discípulo de Schmitt, llamado Leo Strauss, miembro también del partido nazi en sus primeros momentos, abandonó alemania para enseñar en los Estados Unidos y difundir la doctrina de su maestro. Increíblemente, se convirtió en una importante figura dentro de la Ciencia Política, que creó escuela. Algunas aportaciones de Strauss son la estructuración de la acción pública en términos de amigos y enemigos, como única categoría de análisis; el concepto de “guerra perpetua”, pues un Estado sólo encuentra su identidad y vitalidad en la identificación de un enemigo y movilizándose contra él; la tergiversación de un término acuñado por Platón, el de las “nobles mentiras” para referirse a la necesidad de las élites gobernantes de engañar permanentemente a los “ciudadanos ordinarios”, ya que necesitan tomar decisiones que el pueblo no entendería ni tendría el valor de aceptar. ¿No nos suena todo esto de la reciente política internacional y española?
En el momento de su muerte, en 1973, Strauss ya tenía un nutrido grupo de seguidores entre los que no sólo estaba Paul Dundes Wolfowitz, sino también John Ashcroft, el Fiscal General que quiso acabar con Clinton por su affaire con la becaria pero hizo la vista gorda con las torturas en la guerra de Irak; Samuel P. Huntington, inventor del término “choque de civilizaciones” o Francis Fukuyama, profeta del fin de la Historia al triunfar el modelo americano en todo el mundo. Parece que en España, aun sin declararlo explícitamente, la Fundación FAES del PP se encuadra plenamente en esta línea de pensamiento.
¿Qué nos espera con Wolfowitz al frente del Banco Mundial? Nada bueno, eso seguro. Al menos no para nosotros. Empresas vinculadas al círculo presidencial de Bush como Bechtel Corporation o Halliburton ya están haciendo previsiones de los jugosos contratos que podrán obtener reconstruyendo países o ayudando al desarrollo. A su estilo de desarrollo.
Las instituciones de Bretton Woods –Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional especialmente– necesitan una profunda reforma, democratización y limpieza. La implantación de políticas de transparencia es fundamental y la participación de los países en vías de desarrollo a la hora de fijar los objetivos y métodos para la ayuda que reciben, inexcusable. Sin esto, sería mejor que esas instituciones fuesen suprimidas. La broma de nombrar a Wolfowitz presidente del Banco Mundial es la gota que colma el vaso.
Además de ser el hombre de moda en la economía global, tras su propuesta por parte de George Bush para ocupar la presidencia del Banco Mundial, Wolfowitz es uno de los integrantes del núcleo duro “neocon”, es decir, de los ultraconservadores que han construido el discurso y diseñado la praxis de la administración estadounidense durante estos años y, sin duda, uno de los “halcones”, partidario del uso preventivo de la violencia militar unilateral.
Hasta el momento, era el número dos del departamento de defensa, a la sombra de Donald Rumsfeld, y a cargo de las operaciones del Pentágono. Salpicado por el escándalo de las torturas en Abu Graif, no vio, sin embargo, perjudicada su carrera política. Al contrario, su influencia aumenta hasta su punto álgido con la designación para el Banco Mundial, contestada en numerosos frentes.
¿Qué hace a Wolfowitz idóneo para el puesto? Que sepamos, nada. “Wolfie” –como le llaman sus allegados- no tiene la más mínima experiencia en banca, en desarrollo económico, en cooperación internacional y es un declarado enemigo del multilateralismo. Bush ha dicho, sin embargo, que posee experiencia en gestionar una gran organización, el Pentágono. Teniendo en cuenta, como apuntaba Jude Wanniski, antiguo editor asociado del Wall Street Journal, que se le pidió que planificara una guerra de 30 mil millones de dólares y lleva gastados más de 200 mil, se puede afirmar que, efectivamente, tiene una experiencia muy exitosa… al menos desde el punto de vista del complejo industrial-militar estadounidense.
Wolfowitz provieve del mundo académico. De hecho forma parte del grupo de ideólogos de ultraderecha más influyente y exclusivo del país. Se trata de los “straussianos”, así denominados por ser seguidores de Leo Strauss, un profesor de Ciencia Política de la Universidad de Chicago.
El 27 de febrero de 1933, tras el incendio del Reichstag por parte de los nazis, Hitler se prepara para la toma absoluta del poder. Para instaurar una dictadura, tenía que tergiversar y subvertir la herencia jurídica de la República de Weimar. Un profesor de filosofía del derecho llamado Carl Schmitt aportó toda la teoría que el Reich necesitó para acometer esta tarea. Curiosamente, Schmitt es también el inventor del término “guerra preventiva”, justificándola en la necesidad de proteger la seguridad nacional de los posibles enemigos.
Un aplicado discípulo de Schmitt, llamado Leo Strauss, miembro también del partido nazi en sus primeros momentos, abandonó alemania para enseñar en los Estados Unidos y difundir la doctrina de su maestro. Increíblemente, se convirtió en una importante figura dentro de la Ciencia Política, que creó escuela. Algunas aportaciones de Strauss son la estructuración de la acción pública en términos de amigos y enemigos, como única categoría de análisis; el concepto de “guerra perpetua”, pues un Estado sólo encuentra su identidad y vitalidad en la identificación de un enemigo y movilizándose contra él; la tergiversación de un término acuñado por Platón, el de las “nobles mentiras” para referirse a la necesidad de las élites gobernantes de engañar permanentemente a los “ciudadanos ordinarios”, ya que necesitan tomar decisiones que el pueblo no entendería ni tendría el valor de aceptar. ¿No nos suena todo esto de la reciente política internacional y española?
En el momento de su muerte, en 1973, Strauss ya tenía un nutrido grupo de seguidores entre los que no sólo estaba Paul Dundes Wolfowitz, sino también John Ashcroft, el Fiscal General que quiso acabar con Clinton por su affaire con la becaria pero hizo la vista gorda con las torturas en la guerra de Irak; Samuel P. Huntington, inventor del término “choque de civilizaciones” o Francis Fukuyama, profeta del fin de la Historia al triunfar el modelo americano en todo el mundo. Parece que en España, aun sin declararlo explícitamente, la Fundación FAES del PP se encuadra plenamente en esta línea de pensamiento.
¿Qué nos espera con Wolfowitz al frente del Banco Mundial? Nada bueno, eso seguro. Al menos no para nosotros. Empresas vinculadas al círculo presidencial de Bush como Bechtel Corporation o Halliburton ya están haciendo previsiones de los jugosos contratos que podrán obtener reconstruyendo países o ayudando al desarrollo. A su estilo de desarrollo.
Las instituciones de Bretton Woods –Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional especialmente– necesitan una profunda reforma, democratización y limpieza. La implantación de políticas de transparencia es fundamental y la participación de los países en vías de desarrollo a la hora de fijar los objetivos y métodos para la ayuda que reciben, inexcusable. Sin esto, sería mejor que esas instituciones fuesen suprimidas. La broma de nombrar a Wolfowitz presidente del Banco Mundial es la gota que colma el vaso.
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