Este artículo, no pudo ser publicado en el diario El Comercio. El refuerzo que internet aporta a la difusión del pensamiento permite que lo leas aquí:
Creo que las ciudades tienen alma. Viene a ser como la voz conjunta, tejida en una compleja armonía, de todos los que las habitan. En unas ocasiones, esa voz es un quejido; en otras, una melodía, más o menos festiva; las más de las veces, un simple susurro de trabajo cotidiano, de vida familiar: monotonía, en fin.
La voz de Gijón habla de convivencia; es una voz plural, diversa y crítica. La ciudad tiene un alma curtida que conoció sinsabores y crisis, y sufrió el maltrato del urbanismo desbocado de la derecha en los años 60 y 70. Pero también tiene el acento de quien se recuperó de todo ello, el timbre de quien mira al futuro sin temores, con una esperanza realista.
Plural, suma de voces cargadas de matices y no voz única. Enemiga del ordeno y mando, le gusta opinar, hablar libremente, sin imposiciones y sin censuras, y expresa esas opiniones individuales o colectivas a través de los centenares de asociaciones que funcionan en Gijón.
Es también, como decía, crítica. La de Gijón es una ciudadanía que hace pasar a través de un riguroso tamiz cada proyecto, cada nueva idea, cada transformación, casi siempre matizando las posturas con el uso de la ironía o la sorna “playa”.
Y es, por completar el cuadro, un alma esperanzada, que confía en su futuro. A nuestra gente le gusta aportar ideas, participar en los proyectos, debatir y ser escuchada. A lo largo del tiempo, la ciudad ha desarrollado un carácter de vanguardia, amigo de la innovación, socialmente implicado y responsable.
Todas estas características han impregnado también el liderazgo de quienes, desde la alcaldía, la han gobernado durante la democracia. Han sido liderazgos cercanos, próximos y dialogantes. Han sido liderazgos permeables, flexibles, que se dejaban empapar por la voz de la calle, desde un contacto continuo con la ciudadanía. Esta ha sido, sin duda, la característica más sobresaliente del liderazgo de la actual alcaldesa, Paz Fernández Felgueroso.
Y no podía ser de otra manera. Es cierto que la elección democrática confiere en sí misma autoridad a quien recibe la confianza de las urnas. Pero el modo de ejercerla tiene una gran influencia en la eficacia de dicha autoridad. Puede ser un elemento impulsor de la gestión –cuando el alma de la ciudad, de la que hablaba al principio, se compenetra con la forma de ser y de dirigir de sus líderes– o puede ser causa de parálisis y desconcierto cuando se produce un choque.
La candidata propuesta por el PP para la alcaldía de Gijón no es una elección afortunada. Su trayectoria al frente del Partido Popular gijonés y de su grupo municipal habla de un carácter duro e inflexible, de la ausencia de cintura, de su incapacidad para encajar una crítica, de la falta de talante negociador y de intolerancia para con los disidentes. En términos aún más duros la han calificado diversos y significativos miembros del PP gijonés, de larga tradición militante y que ocupan cargos públicos. Y, como resultado, la parálisis. Cito una afirmación obvia, con la que es muy fácil estar de acuerdo: "Los votantes no son tontos y, si ven que ni nosotros mismos sabemos arreglar nuestra casa, cómo vamos a arreglar una ciudad y una región". Lo dijo Emilio Noval, concejal del PP, el pasado mes de abril.
Hace unos días, entre varias relecturas que tenía pendientes, volví a disfrutar del texto de “La Casa de Bernarda Alba”, de García Lorca. Una obra teatral que narra las consecuencias dramáticas de la personalidad autoritaria y opresiva de una mujer, Bernarda Alba, que, a base de imponerse con fiereza a los suyos – “una hija que desobedece deja de ser hija para convertirse en una enemiga”– acaba destruyendo su propia familia.
Las similitudes son dignas de algún comentario. Pilar Pardo presenta una historial de enfrentamiento con sus compañeros, saldada con la huida de medio grupo municipal popular y, como caso más sangrante, con la dimisión de Lucía Ezquerra, que primero fue su mano derecha –¿la hija que desobedece y se convierte en enemiga?–.
Si ese ha sido su comportamiento con personas de su partido, con las que tenía una afinidad ideológica y de planteamientos, ¿qué ocurriría si, ostentando la alcaldía, se critica uno de sus proyectos? ¿o cuando una asociación le plantee exigencias que ella no comparta? ¿o cuando se vea obligada a negociar con los trabajadores municipales un convenio colectivo? ¿o cuando los agentes sociales le presenten sus exigencias respecto al desarrollo de la ciudad? ¿o cuando un grupo de vecinos se manifieste en contra de sus políticas? Los precedentes indican en ella una forma de entender el poder con autoritarismo. Lo que Lorca resumió en la imagen del bastón de Bernarda Alba, que siempre la acompaña. Hasta que una de sus hijas se lo arrebata y lo parte en dos en un gesto cargado de simbolismo: “Esto hago yo con la vara de la dominadora”, le dice.
No puede haber un liderazgo más incompatible con la idiosincrasia gijonesa que el de Pilar Pardo. Da igual que los programas informáticos de retoque fotográfico hayan funcionado a destajo para suavizar en los carteles electorales su rostro ceñudo. Ella es nuestra Bernarda Alba. Dios nos guarde de su bastón de mando.
La voz de Gijón habla de convivencia; es una voz plural, diversa y crítica. La ciudad tiene un alma curtida que conoció sinsabores y crisis, y sufrió el maltrato del urbanismo desbocado de la derecha en los años 60 y 70. Pero también tiene el acento de quien se recuperó de todo ello, el timbre de quien mira al futuro sin temores, con una esperanza realista.
Plural, suma de voces cargadas de matices y no voz única. Enemiga del ordeno y mando, le gusta opinar, hablar libremente, sin imposiciones y sin censuras, y expresa esas opiniones individuales o colectivas a través de los centenares de asociaciones que funcionan en Gijón.
Es también, como decía, crítica. La de Gijón es una ciudadanía que hace pasar a través de un riguroso tamiz cada proyecto, cada nueva idea, cada transformación, casi siempre matizando las posturas con el uso de la ironía o la sorna “playa”.
Y es, por completar el cuadro, un alma esperanzada, que confía en su futuro. A nuestra gente le gusta aportar ideas, participar en los proyectos, debatir y ser escuchada. A lo largo del tiempo, la ciudad ha desarrollado un carácter de vanguardia, amigo de la innovación, socialmente implicado y responsable.
Todas estas características han impregnado también el liderazgo de quienes, desde la alcaldía, la han gobernado durante la democracia. Han sido liderazgos cercanos, próximos y dialogantes. Han sido liderazgos permeables, flexibles, que se dejaban empapar por la voz de la calle, desde un contacto continuo con la ciudadanía. Esta ha sido, sin duda, la característica más sobresaliente del liderazgo de la actual alcaldesa, Paz Fernández Felgueroso.
Y no podía ser de otra manera. Es cierto que la elección democrática confiere en sí misma autoridad a quien recibe la confianza de las urnas. Pero el modo de ejercerla tiene una gran influencia en la eficacia de dicha autoridad. Puede ser un elemento impulsor de la gestión –cuando el alma de la ciudad, de la que hablaba al principio, se compenetra con la forma de ser y de dirigir de sus líderes– o puede ser causa de parálisis y desconcierto cuando se produce un choque.
La candidata propuesta por el PP para la alcaldía de Gijón no es una elección afortunada. Su trayectoria al frente del Partido Popular gijonés y de su grupo municipal habla de un carácter duro e inflexible, de la ausencia de cintura, de su incapacidad para encajar una crítica, de la falta de talante negociador y de intolerancia para con los disidentes. En términos aún más duros la han calificado diversos y significativos miembros del PP gijonés, de larga tradición militante y que ocupan cargos públicos. Y, como resultado, la parálisis. Cito una afirmación obvia, con la que es muy fácil estar de acuerdo: "Los votantes no son tontos y, si ven que ni nosotros mismos sabemos arreglar nuestra casa, cómo vamos a arreglar una ciudad y una región". Lo dijo Emilio Noval, concejal del PP, el pasado mes de abril.
Hace unos días, entre varias relecturas que tenía pendientes, volví a disfrutar del texto de “La Casa de Bernarda Alba”, de García Lorca. Una obra teatral que narra las consecuencias dramáticas de la personalidad autoritaria y opresiva de una mujer, Bernarda Alba, que, a base de imponerse con fiereza a los suyos – “una hija que desobedece deja de ser hija para convertirse en una enemiga”– acaba destruyendo su propia familia.
Las similitudes son dignas de algún comentario. Pilar Pardo presenta una historial de enfrentamiento con sus compañeros, saldada con la huida de medio grupo municipal popular y, como caso más sangrante, con la dimisión de Lucía Ezquerra, que primero fue su mano derecha –¿la hija que desobedece y se convierte en enemiga?–.
Si ese ha sido su comportamiento con personas de su partido, con las que tenía una afinidad ideológica y de planteamientos, ¿qué ocurriría si, ostentando la alcaldía, se critica uno de sus proyectos? ¿o cuando una asociación le plantee exigencias que ella no comparta? ¿o cuando se vea obligada a negociar con los trabajadores municipales un convenio colectivo? ¿o cuando los agentes sociales le presenten sus exigencias respecto al desarrollo de la ciudad? ¿o cuando un grupo de vecinos se manifieste en contra de sus políticas? Los precedentes indican en ella una forma de entender el poder con autoritarismo. Lo que Lorca resumió en la imagen del bastón de Bernarda Alba, que siempre la acompaña. Hasta que una de sus hijas se lo arrebata y lo parte en dos en un gesto cargado de simbolismo: “Esto hago yo con la vara de la dominadora”, le dice.
No puede haber un liderazgo más incompatible con la idiosincrasia gijonesa que el de Pilar Pardo. Da igual que los programas informáticos de retoque fotográfico hayan funcionado a destajo para suavizar en los carteles electorales su rostro ceñudo. Ella es nuestra Bernarda Alba. Dios nos guarde de su bastón de mando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario