12 junio 2006

Superar la desmemoria

(Este artículo fue previamente publicado en el diario español "El Comercio")

La playa de San Lorenzo es maravillosa en cualquier época del año, pero a mí me gusta especialmente en ésta, avanzada la primavera, cuando la luz ha robado ya buena parte de sus horas a la noche y los gijoneses empiezan a considerar su arena como una posibilidad para ocupar las mañanas de domingo. Poblada aquí y allá, pero aún con el privilegio aristocrático de disponer para uno de veinte o treinta metros de arena blanca a la redonda.Asomado a los balaustres del Muro, llama la atención el azul profundo de las aguas del Cantábrico, que acaban de despojarse de su pátina invernal -todavía presente, con su gris metálico, hace pocas semanas-, pero que ya dejan ascender vaharadas de olor a verano, a salitre, a juegos y a crema bronceadora.Desde el barrio de La Arena, la bahía se extiende, hacia el este y hacia el oeste, como en un abrazo que uniera de forma simbólica dos casas, las que fueron morada de Jovellanos y de Rosario Acuña, dos gijoneses -uno de nacimiento, de adopción la otra- heterodoxos, incomprendidos y presa del furor de los fanáticos. A la izquierda, empezó su vida el ilustrado en el lejano siglo XVIII. A la derecha, la concluyó la escritora y articulista en 1923.Con el correr del tiempo, ya en pleno siglo XX, las mismas voces que se alzaron contra ellos -la del Absolutismo, la de la intolerancia, la de la sinrazón- siguieron gritando contra el progreso, contra la modernidad y contra las libertades, materializadas, por ejemplo, en la Segunda República, la primera democracia española con el profundo sentido que le damos hoy a la palabra. Salvo en el caso de Jovellanos, sobre quien existe ya un consenso de aceptación universal (consenso tal vez más fácil por su lejanía en el tiempo), la memoria ha sido flaca para con los inconformistas y los reformadores.¿Superaremos, en este año de aniversario y conmemoración, en este 75 aniversario, la amnesia colectiva para con la República, para con quienes la hicieron posible y para con quienes después la defendieron frente a la amenaza que supuso el golpe de estado fascista? Algunos datos para la esperanza: la declaración del Congreso de los Diputados de 2006 como Año de la Memoria Histórica, la anunciada aprobación de la Ley de la Memoria, la creación de una cátedra conjunta entre universidades españolas y la Autónoma de México para recuperar el legado de los centenares de catedráticos y profesores exiliados a ese país al final de la guerra civil, el homenaje tributado en Gijón a los maestros y maestras de la República... Vamos superando la desmemoria en un proceso lento y pausado.La vista del mar y el aire fresco y húmedo del Muro no pueden impedir, sin embargo, que me asalten pensamientos sombríos. Pienso que, en sentido contrario, en el otro plato de la balanza, siguen pesando hechos enormemente injustos. Porque aún más grave que la desmemoria es el escarnio. Y de escarnio puede calificarse la agresión que el Ayuntamiento de Valencia estaba llevando a cabo hasta que la movilización social detuvo los planes de su alcaldesa, Rita Barberá. Para construir nuevas tumbas, destrozó una fosa común que contiene los restos de más de quinientos asesinados por el franquismo. Es la locura del ladrillo migrada de los chalés a los nichos. Desde la tierra negra, compactada por el paso de las décadas, habla con voz elocuente el osario de los fusilados, de los represaliados. ¿A quién molesta su voz? ¿Qué oídos hiere como para querer acallarlo arrojando aquellos restos humanos a un vertedero? Son memoria real, concreta, imperecedera; sedimentos delatores que alguien no quiere que perduren.Afortunadamente, la voz de la intolerancia no es fuerte entre nosotros. La convivencia entre españoles es, por lo general, ejemplar. El espíritu cívico y la solidaridad se muestra en cada oportunidad en que son invocados: contra la guerra, contra la mentira. Hay, por tanto, que ser optimistas aunque algunos políticos no den precisamente ejemplo. Como esos que patalean en los escaños y tienen que ser apercibidos (cuando no expulsados) por el presidente del Congreso. Como esos que tratan de convertir el delicadísimo asunto del terrorismo y el proceso de paz en que nos hallamos (aun a riesgo de hacerlo fracasar) en materia de desgaste para el Gobierno. Son los mismos que desterraron a Jovellanos; los mismos que -a falta de argumentos- acusaron a Rosario Acuña de brujería; los mismos que -también a falta de argumentos- pretenden confundir a Zapatero con ETA.Frente a ellos, el compromiso cívico de Giner, de Pérez de Ayala, de Machado, de Juan Ramón Jiménez, de Alberti, de Miguel Hernández, de Max Aub, de Alejandro Casona («la República la han hecho posible los intelectuales», dijo Azorín), y el de Ernest Lluch, de Fernando Buesa, de Enrique Casas, para con los valores de la libertad, la igualdad y la solidaridad y frente al 'Muera la inteligencia' que alguno parece haber convertido nuevamente en su divisa.

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