12 mayo 2006

Respeto al Parlamento

El parlamentarismo es, con toda probabilidad, la forma más civilizada de participación política de entre las instituciones que los seres humanos hemos creado con tal fin. Lugar de intercambio de opiniones y puntos de vista, de defensa de las propias opiniones mediante la palabra, espacio para el ejercicio de la oratoria, la confrontación y la refutación de las opiniones del adversario, así como del voto, constituye un símbolo de cómo han de gobernarse las cosas públicas. Sin embargo, hay personas que no lo entienden así. Hay personas que se mofan con sus comportamientos de esta institución básica en democracia, demostrando, en último término, que sus propias convicciones democráticas son más un barniz de conveniencia ante los signos de los tiempos que la verdadera raíz que nutre su ser cívico y político.
Estoy asombrado, a la par que indignado, por dos comportamientos que ayer tuvieron los representantes del Partido Popular en el Congreso de los Diputados y en la Asamblea de Madrid. En el primero, se atropelló el derecho a la expresión de un miembro del gobierno mientras un histriónico diputado de la derecha insultaba, gritaba y se mofaba de la Cámara y de su presidente y acabó expulsado del hemiciclo entre las risas y aplausos de sus compañeros de partido (lo cual es casi tan grave como el hecho anterior, por lo que tiene de solidario en la indignidad). En la segunda, la acción concertada de los diputados del PP daba lugar a una pantomima irrespetuosa que fue criticada con dureza por la propia presidenta de la Asamblea, de su mismo partido.
Parece que la derecha española no ha aprendido modales democráticos. Parece que, desde su peculiar forma de ejercer la oposición, dé lo mismo desgastar o dañar a unas instituciones que, por lo visto, no aprecian en lo más mínimo.
Desde aquí, mi queja, mi protesta, mi duelo por el daño que se inflige al parlamentarismo. Sólo eso: mi queja, mi protesta, mi duelo de ciudadano. Pero nada menos que eso.

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