05 mayo 2006

La mentira y su uso en la vida pública

Desde hace mucho tiempo sabemos que la guerra de Irak se basó en una campaña de mentiras extendida globalmente. Los tres patrocinadores de la guerra, liderados por el más poderoso de ellos, George W. Bush, trataron de extender el miedo para justificar su actuación deplorable, ilegal y al margen de las resoluciones de la ONU. (Aznar, mirando a la cámara, con tono de convicción: “Créanme, en Irak hay armas de destrucción masiva”).
Ayer se publicaba en El País una entrevista a Paul Pillar, jefe de la CIA a cargo de Oriente Próximo y Sur de Asia hasta 2005 y experto en antiterrorismo. Su afirmación es contundente: “La Administración de Bush lanzó una campaña organizada de manipulación para justificar la decisión, adoptada de antemano por razones políticas, de ir a la guerra de Irak. Ni las armas de destrucción masiva ni los inexistentes vínculos entre Sadam Hussein y Al Qaeda fueron los motivos reales de la guerra”.
Por otro lado, en España, a medida que vamos teniendo certezas sobre lo que ocurrió el 11-M, más fácil es dejar en evidencia la campaña de mentiras tejida por algunos medios de comunicación para complacer y ayudar al PP. Recientemente, se divulgó, en ese infructuoso intento de relacionar a ETA y los islamistas, que en la famosa fugoneta, se había encontrado una tarjeta del grupo vasco Mondragón. Nada más lejos de la realidad. A veces, de la mentira al ridículo sólo hay un paso: se había encontrado un casete de la Orquesta Mondragón. Estamos esperando las disculpas o las rectificaciones. El afán de tergiversar la realidad se da también en otras modalidades. Ayer tuvimos la experiencia cuasi mística de oír al portavoz del PP, Eduardo Zaplana, reclamando al actual ministro del Interior que aclare qué sucedía mientras Acebes era ministro, en un infructuoso intento de escapar de las propias responsabilidades.

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