
Estoy asombrado, a la par que indignado, por dos comportamientos que ayer tuvieron los representantes del Partido Popular en el Congreso de los Diputados y en la Asamblea de Madrid. En el primero, se atropelló el derecho a la expresión de un miembro del gobierno mientras un histriónico diputado de la derecha insultaba, gritaba y se mofaba de la Cámara y de su presidente y acabó expulsado del hemiciclo entre las risas y aplausos de sus compañeros de partido (lo cual es casi tan grave como el hecho anterior, por lo que tiene de solidario en la indignidad). En la segunda, la acción concertada de los diputados del PP daba lugar a una pantomima irrespetuosa que fue criticada con dureza por la propia presidenta de la Asamblea, de su mismo partido.
Parece que la derecha española no ha aprendido modales democráticos. Parece que, desde su peculiar forma de ejercer la oposición, dé lo mismo desgastar o dañar a unas instituciones que, por lo visto, no aprecian en lo más mínimo.
Desde aquí, mi queja, mi protesta, mi duelo por el daño que se inflige al parlamentarismo. Sólo eso: mi queja, mi protesta, mi duelo de ciudadano. Pero nada menos que eso.
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