
Esgrimen diversos argumentos, pero pierden toda credibilidad cuando se compara con su actitud ante el último intento, en el año 1998, de poner fin a la violencia etarra mediante la negociación. Entonces gobernaba José María Aznar. Nadie le acusó entonces de traficar con sangre. Nadie le acusó entonces de rendirse al terrorismo o de sacrificar el estado de derecho. Sin embargo, durante su negociación, ni ETA había renunciado de modo definitivo e irrevocable a la violencia, ni había renunciado a sus objetivos políticos independentistas. ¿Por qué esa doble vara de medir? ¿Por qué quienes fueron protagonistas del proceso de 1998 exigen ahora cosas que no se exigieron a sí mismos entonces, cuando Aznar llamaba a ETA "Movimiento de Liberación Nacional Vasco? ¿Aquello no era una traición y el proceso actual, transparente y refrendado por el Congreso de los Diputados, sí lo es?
La deslealtad es muy mala consejera en política, aunque pueda reportar beneficios a corto plazo. Si hablamos de temas como el terrorismo, de tanta trascendencia, la deslealtad al gobierno legítimo de la nación es un error que no debería perdonarse. Los ciudadanos debemos recordar quiénes están intentado poner palos en la rueda de las negociaciones de paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario