
Es normal que a nadie le guste perder. Pero se puede perder con dignidad, con elegancia y empezar a preparar, al día siguiente, un nuevo proyecto político para recuperar el poder. Ni Aznar ni Berlusconi han sabido hacerlo. No se trata sólo de un caso de mala educación, de falta de madurez humana y política o de ganas de hacer el ridículo. Es más. Es un no creer en los mecanismos del sistema democrático. Es pretender que se posee algún título (¿venido de la tradición, de la historia, del Cielo?) para gobernar con más legitimidad que el adversario ("Si el país es nuestro, ¿qué hacen estos tipejos gobernándolo?"). Afortunadamente, en ambos países, el sistema es más fuerte de lo que se podría pensar. Ninguna artimaña o mala pasada puede vulnerar la legalidad y las normas electorales, que rigen por encima de los deseos poco recomendables de algunos. Quienes han ganado, gobiernan. Sólo conozco una excepción: la Comunidad de Madrid, donde la jugada de unos corruptos sirvió para anular el resultado de las elecciones y retornar a los "señores del ladrillo" a sus puestos de mando. Vigilemos para que no se repita.
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