
En una alusión falsaria, mendaz y cínica al problema de la inmigración, Acebes, el mentiroso del 11-M, establecía una relación entre los africanos que en pobres embarcaciones cruzan hasta Canarias, y el asalto a chalets y urbanizaciones de lujo en Cataluña. Ni éstos africanos son delincuentes (son simples supervivientes del naufragio de un continente entero) ni forman parte de las bandas que asaltan chalets ni vienen a España con intención de delinquir. Parece ser que las bandas organizadas se nutren especialmente de personas procedentes de los Balcanes y zonas aledañas, curtidos por más de una década de guerras fratricidas de una crueldad intolerable, y no entran, precisamente, en cayucos, sino cruzando la frontera con Francia, abierta en virtud de los acuerdos de Shengen.
Lo que Acebes hace es mezclar la lógica alarma ante una oleada de delincuencia, que debe ser combatida con todo el rigor del estado de derecho, con la inmigración para crear un clima de "invasión" que propicie el rechazo de la sociedad. Pero esto es jugar con fuego. Por un lado, porque es un modo muy eficaz de sembrar odio racial y xenofobia; por otro, porque se crea el caldo de cultivo para la aparición de grupos de extrema derecha, que no tardarán en vincular (como hacían en los años de la Transición) democracia con delincuencia y con desorden.

Presentar a un pobre hombre o mujer africano que llega rendido y medio muerto a la costa española como un integrante de peligrosas bandas mafiosas sería ridículo si no fuera trágico a la par que inhumano. En cualquier caso, es mentira.
Algunos sostuvieron que el PP había hecho un servicio a la democracia integrando a la ultraderecha en su seno. Yo me permito dudar que la haya integrado: la ultraderecha se ha quedado con el partido. Ahora mandan ellos y Rajoy se calla.
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